La arquitectura agroganadera es expresión de las estrategias adaptativas de las familias que desde hace poco más de 150 años se han asentado en el territorio. Habiéndose encontrado con una geografía salvaje y vírgen, salpicada de ríos y riachuelos, lagos, humedales, frondosos bosques, barrancos, quebradas, quilas, arbustos por doquier, los pioneros tuvieron que inicialmente limpiar el terreno para poder asentarse. Lo primero era el despeje mediante el roce y la quema. Luego de limpiado, sobre el terreno se construía un ranchito o ruco de madera. Allí se cocinaba y comía, se dormía, se guardaban los aperos. Luego se construían cercos y se separaban los potreros para la mantención de animales y para el cultivo hortícola de papas, lechugas, zanahorias, avena, trigo y otros recursos. Con el tiempo se construyó una casa aparte, la casa habitación en la cual vivía la familia. El antiguo ruco pasaba a transformarse en fogón, en donde se guardaban cosas, eventualmente se coinaba y se ahumaban productos para su conservación. Para almacenar paja, guardar a los animales, tener algunas maquinarias o para alguna otra cosa, se construyeron galpones, completando así el complejo básico del habitar cordillerano.
Representa un modo particular de habitar, una particular relación con el territorio y el ingenioso uso de los recursos “a mano”, como la madera de las principales especies forestales de la zona como el alerce, mañío o ciprés. Habla también de una historia territorial de adaptaciones, de la aplicación práctica de técnicas y saberes transmitidos generacionalmente e interculturalmente. Es testimonio de la construcción de un paisaje característico del sur de Chile y en este caso de una cultura agroganadera de montaña. Y finalmente, como elemento del paisaje, la arquitectura agroganadera, permite una lectura vertical de los modos de habitar el territorio que permite interpretar a su vez el pasado y el presente desde las perspectivas material e inmaterial.